CAT | ES

Amor | Yoga Lleida

Fecha de publicación: 06/05/2016

Dos hombres gravemente enfermos compartían habitación en un hospital.

Uno de ellos lo hacían estar apoyado durante una hora al día sobre el respaldo para favorecer un drenaje. Su cama quedaba junto a la única ventana de la habitación. La cama de la otra paciente quedaba al otro extremo, por el que no podía mirar por la ventana.

 

Los enfermos, en la medida del que su salud le permitía, pasaban las horas conversando desde sus camas, compartiendo anécdotas sobre sus familias, el trabajo, amigos, viajes...

Todas las tardes, cuando las enfermeras asentaban al enfermo cerca de la ventana a su cama, este se pasaba toda la hora que duraba el tratamiento describiendo al otro el que veía fuera. Durante aquel rato era cuando su mundo se hacía grande y cobraba vida con todas las actividades del mundo exterior.

La ventana daba en un parque con un precioso lago. Los cisnes y patos jugaban al agua mientras los niños hacían volar las estrellas. Las parejas enamoradas paseaban de la mi entre las avenidas de flores. Al fondo, al horizonte, podía verse la ciudad.

A medida que el hombre de la ventana descubre todas las escenas con exquisitos detalles, el hombre que compartía habitación con él cerraba los ojos y se las imaginaba. Desde hacía días, había empezado a vivir de nuevo a través de las animadas escenas descritas por su amigo.

Una tarde, una banda de músicos con uniformes de vivos colores desfilaba por el parque atrayendo a todos los que paseaban. Claro, que la ventana cerrada impedía a los enfermos escuchar la música. Lástima, pero evidentemente y a juzgar por el entusiasmo de la gente descrita por el enfermo deberían de tocar bastante bien.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Una mañana, la enfermera llegó para limpiar los pacientes y encontró, con tristeza, el cuerpo sin vida del enfermo de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Seguidamente llamó a los celadores para que retiraran el cuerpo.

Tiempo después y tan pronto como le pareció oportuno, el otro enfermo le pidió a la enfermera si podía desplazarlo a la cama del lado de la ventana. Esperaba ver con sus propios ojos las coloridas imágenes que durante tantos días su amigo le había descrito.

La enfermera, contenta de poder proporcionarle aquel servicio, lo cambió de lugar y, en cuando constató que el enfermo estaba cómodo, lo dejó solo.

Lentamente este se deslizó a su cama hasta conseguir incorporarse lo suficiente como para mirar a través de la ventana. Pero por sorpresa suya, a muy pocos metros de ella, se interponía un enorme muro de hormigón blanco que no le permitía ver nada excepto la pared.

Contrariado, el enfermo preguntó más tarde a la enfermera qué había podido mover a su antiguo compañero de habitación a describir todas aquellas maravillosas cosas que pasaban a través de la ventana, si lo único que podía ver por la ventana era un muro. "Es imposible que viera nada de aquello", contestó la enfermera, "su compañero era ciego y, evidentemente, no podía ni siquiera ver la pared de delante. Quizás sólo intentaba animarlo".

Hacer felices a los otros es un secreto de la propia felicidad, independientemente de la nuestro situación. Si lo piensas, resulta curioso que un dolor compartido acostumbre a reducirse a la mitad. Y tanto mismo, cuando la felicidad es compartida se multiplica.



Comentarios

    Sin comentarios por el momento

Deja tu comentario

Chatea con nosotros